Recuerdo cuando ví en su estreno Kingsman: Servicio secreto que me sorprendió encontrar una película con altas dosis de entretenimiento teniendo en cuenta que de entrada parecía tan solo una parodia más dentro del género de espias. Su fenomenal resultado en taquilla (por apenas unos 80 millones de dólares recaudó a nivel mundial más de 400) hacía previsible la secuela, la cual nos llega ahora repitiendo el mismo director (Matthew Vaughn) que ya parece experto en adaptar comics en general (suya es X-Men: Primera generación) y con guión de Mark Millar en particular (dirigió la primera entrega de Kick-Ass, no así la segunda)
Intentando, como toda secuela que se precie, llevar un paso más allá todo lo destacable del film inicial, hay que admitir que lo consigue en función de que el espectador no analice lo que está viendo en pantalla ya que, en caso contrario, las incoherencias argumentales derriban la propia lógica de la historia (por más que siga siendo una parodia con mayor o menor gracia, dependiendo de cada espectador, hay detalles que evidentemente no citaré pero que resultan un tanto forzados) Y es que esta secuela, que salvo que sea un desastre en taquilla generará seguramente una nueva entrega, tiene evidentes aciertos y fallos en sus un tanto excesivos 141 minutos, siendo más evidente lo segundo en lo poco que aprovecha algunos personajes teniendo en cuenta todo el tiempo del que dispone.