Aunque para algunos, en referencia a la animación tradicional, representa el inicio de la decadencia de Disney tras su resurgir a principios de los años noventa, en mi caso tengo que admitir que tengo un muy grato recuerdo del Tarzán animado que presentaron en 1999 con canciones de Phil Collins que aún a veces tarareo cuando estoy distraido. Y es que estamos hablando de un personaje de ficción mítico que ha tenido, como también le ocurre a Sherlock Holmes, infinidad de rostros en la gran pantalla en una extensa lista de adaptaciones que corrieron una suerte dispar en taquilla (aunque sin duda para los fans cinéfilos más acérrimos el único y verdadero Tarzán fue el encarnado por Johnny Weissmuller)
En estos tiempos en que todo es reciclado y reformado para ¿actualizarlo? (y lo pongo entre interrogantes porque en muchos casos cabe la duda de si era necesario) nos llega esta nueva versión que actuaría como secuela al mismo tiempo que intenta ser el inicio de una lucrativa franquicia. En el primer caso no es una película de orígenes (un personaje como Tarzán ya se supone que la mayoría sabe como empezó, aunque este título contiene pequeños flashbacks del origen) por lo que la historia se situa años después de lo conocido por todos. Respecto a lo segundo, su inflado presupuesto de 180 millones de dólares hace dificil recuperar lo invertido como para pensar en continuarlo, si bien en el momento en que escrito estas líneas la película ya ha superado los 100 millones de dólares en las salas americanas y está a punto de superar los 200 a nivel internacional (por lo aunque no sea un gran éxito sería injusto etiquetarla de fracaso, porque beneficios no sé si dará muchos, pero a priori pérdidas parece que no)