Al amigo Sean Penn no le basta con ser uno de los mejores actores de su generación y enemigo declarado de Bush, encima es buen director. No es que haga muchas películas, sólo tiene 4 y la última (La promesa) data de 2001, pero son siempre interesantes y recomendables.
En Into the wild, Penn más que narrar simplemente nos muestra bellas imágenes fusionadas con música. No es que la historia real de Christopher McCandless (o Alex Supertramp) y su periplo vital no fueran de por sí interesantes, sino que Penn nos las muestra de una forma poética: voces en off, reflexiones, miradas, flashbacks, música, reflexiones, paisajes, flashbacks, más voces en off, más música y así hasta las dos horas y pico.
¿Somos realmente libres dentro de la familia y la sociedad actuales? Esta pregunta, que muchos no se atreven a plantearse, transformó la vida del protagonista y le hizo buscar la libertad. Penn no intenta que compartas las ideas de su protagonista, pero sí que al menos le comprendas.
Por momentos se te puede hacer bastante cuesta arriba, el rollo contemplativo se puede hacer muy duro, un recorte en el metraje quizás no le hubiera venido mal. Muchos detalles no quedan explicados, Penn sólo muestra las cosas, no las explica. Es tarea del espectador decidir si quiere entrar en el juego de comprender a Alex Supertramp o ver el partido de fútbol de ese día.
Si entras en el juego, te encotrarás un film hermoso, sensible, pausado, con un buen guión, con momentos de gran belleza y mucha más carga filosófica de lo que aparenta a primera vista.
Los actores están muy bien, yo destacaría al protagonista Emile Hirsch y al veterano Hal Holbrook que hacen unos papelones tremendos. La fotografía y la música están unidas perfectamente, destacando las maravillosas canciones de Eddie Vedder.
Quizás sea un hueso demasiado duro de roer para la mayoría de los espectadores, pero vale la pena intentarlo.
7,5